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EEUU: Primeras medidas de la nueva administración

Miércoles, 10 Febrero 2021 10:20

Joe Biden asumió finalmente la presidencia el miércoles 20 de enero. En medio de un pomposo show de estrellas de Hollywood y de la industria musical, que no lograron ocultar la militarización del acto protocolar con la presencia de 25 mil miembros de la guardia nacional, Biden y su vice Kamala Harris juraron en el cargo. Los desafíos de la nueva administración son enormes: luego del fracaso de los anteriores gobiernos, intentará revertir el retroceso de la hegemonía yanqui en su papel de potencia imperialista dirigente del mundo. No debemos olvidar que Biden fue parte de la administración Obama como vicepresidente, y anteriormente desde el senado apoyó el belicismo de Bush hijo y otras aventuras imperialistas de ambos partidos. La coyuntura apremia, por lo que las primeras medidas apuntan a frenar la crisis económica que aceleró la pandemia del COVID-19, intentando poner bajo un mínimo control la situación sanitaria y continuar con las políticas de estímulo. Todo esto, en medio del deterioro de las relaciones con el resto del mundo determinadas por los antagonismos económicos establecidos por la crisis y por la errática política exterior de Trump y, más novedoso, en la urgencia de encarar una crisis sin precedentes de las instituciones de la democracia imperialista que dejó el 2020 y la toma del Capitolio del 6/1.

Pandemia y crisis económica

La curva que miran los imperialistas no es tanto la de contagios y muertes por el COVID-19 sino la de la variación del PBI y la ocupación de mano de obra. La recuperación, luego de la abrupta caída entre febrero y abril de 2020, comenzó relativamente fuerte, pero se viene moderando hasta llegar a una cuasi meseta. El crecimiento del PBI del último trimestre de 2020 apenas supera el 1%. El país ha recuperado un poco más de la mitad de los 22 millones de empleos no agrícolas perdidos entre febrero y abril de 2020. El último número de enero arroja la creación de escasos 49.000 nuevos puestos de trabajo, y una revisión a la baja de los datos de los 3 meses anteriores. El balance de la era Trump de conjunto arroja un rojo de 2.100.000 puestos de trabajo perdidos desde que asumiera a inicios de 2017 (Washington Post, 6/2/2021).

(ver gráfico 1)

Igual de alarmante es la acumulación de deuda que se viene registrando a partir de las políticas imperialistas para intentar dar una salida a la crisis de 2008, que se ha visto elevada a la enésima potencia con las políticas de estímulo implementadas por los diversos Estados imperialistas para enfrentar la pandemia y a través del mecanismo del sistema financiero privado, llevando a burbujas gemelas entre acciones y deuda oficial. La tendencia al debilitamiento del dólar, que se expresa en la suba de las llamadas commodities (mercancías genéricas utilizadas como materias primas y que se negocian a granel como metales, petróleo y granos) y de los metales-dinero (oro y plata), es otra cara tanto de esta crisis de endeudamiento como del deterioro de la hegemonía mundial del imperialismo yanqui.

Para dimensionar el problema, un estudio de Bankia de diciembre pasado indica que “de acuerdo a un reporte reciente del Instituto de Finanzas Internacionales (IIF), la deuda global del sector público y privado creció en 15 billones de dólares, hasta un total de 277 billones en 2020, máximo desde el inicio de la serie histórica. Como porcentaje del PIB, el IIF proyecta que la deuda global de un salto hasta 365% este año, desde 320% a finales del 2019 y 315% cinco años atrás.” Y continúa, “destaca EEUU, que puso en marcha un paquete de estímulo fiscal del 13% del PIB, así como la disponibilidad de múltiples ventanas de créditos a empresas por parte de la Fed. El país representó alrededor de la mitad del incremento de la deuda del grupo de los países desarrollados, con la ratio de deuda pública en torno al 125% del PIB, niveles no vistos desde la Segunda Guerra Mundial.”

(ver gráfico 2)

Entre las primeras medidas de Biden, destaca la continuidad de estas políticas de estímulo fiscal y monetario, con un nuevo paquete de U$S 1,9 billones para asistencia por el coronavirus. El paquete quedó habilitado con la aprobación del presupuesto en el senado el viernes 5/2, 1º iniciativa legislativa de la nueva legislatura que incluyó el voto de desempate de la vicepresidenta (tras las elecciones, el senado quedó conformado en un 50/50 por representantes del PD y el PR). La diferencia es que Biden pretende dar este estímulo combinándolo con una política sanitaria agresiva, que va desde el ridículo “100 días de barbijo” que lanzó como uno de sus primeros decretos presidenciales, hasta el plan masivo de vacunación, al mismo tiempo un gran guiño a la industria farmacéutica, uno de los principales lobbies imperialista.

Política exterior

En este terreno existe una continuidad en la línea agresiva hacia China, que los demócratas ya habían lanzado con su “pivote asiático” bajo Obama. Hay un “acuerdo de Estado” entre ambos partidos y todo el establishment imperialista en la necesidad de avanzar sobre China, las diferencias tienen que ver con el cómo. La guerra comercial basada en aranceles para negociar acuerdos de comercio exterior de Trump no ha sido evaluada positivamente por la burguesía, que apuesta a una política aún más dura que incluye una ofensiva sobre terceros países, semicoloniales, para desplazar la influencia que viene teniendo China a través de financiación y proyectos de infraestructura (nueva ruta de la seda). La política hacia América Latina mantiene su hostilidad hacia Venezuela y una política de palo y zanahoria para apuntalar las medidas restauracionistas en Cuba, mientras se busca disciplinar a toda la región a partir de una mayor influencia del FMI (Chile, Argentina, Ecuador). En cuanto a Medio Oriente, es una maraña más difícil de desanudar, pero por el momento Biden ha suspendido la política de retirada que venía implementando Trump. Esto puede apreciarse en la reevaluación de la línea hacia el enclave israelí (que fue fuertemente respaldado por Trump en los últimos 4 años), que tiende a volver apoyarse sobre las alianzas con otras facciones burguesas de la región, reflotando la política de Obama, mientras respalda, veladamente o no, las ofensivas reaccionarias de Israel sobre Siria y territorio palestino.  Del mismo modo que la política de seguridad hacia Europa basada en la OTAN. Muy relacionado a esto último está la mayor ofensiva hacia el gobierno de Rusia, al que Biden salió a presionar fuerte por el caso Navalni. Faltan muchas definiciones en relación a la política exterior en Asia, aunque el golpe de Estado en Myanmar/Birmania ha acelerado el enfrentamiento entre el bloque chino-ruso con EEUU y sus aliados en la ONU.

En términos generales, sostenemos que el multilateralismo que ensaya Biden retrocediendo en todas las medidas de Trump de ruptura con las instituciones internacionales de posguerra como la OMS, el acuerdo de París, los cuestionamientos a la OMC, carece por el momento de un eje estratégico. Es imposible volver la historia atrás, menos aun cuando los efectos de aceleración de la descomposición del imperialismo a partir de 2008 continuaron su trabajo de zapa, y lo continúan a la fecha. En cualquier caso, el avance en la asimilación de los ex Estados obreros, sobre todo China, y en menor medida Rusia, y el establecimiento de una nueva relación capital-trabajo para aumentar la tasa de explotación intentando revertir la caída de la tasa de ganancias, si bien son objetivos generales, aparecen como los objetivos no resueltos que debe encarar el imperialismo yanqui si pretenden detener su propia caída. No se trata de tareas fáciles y tiene por delante la resistencia de la lucha antiimperialista de la clase obrera y los pueblos oprimidos que vienen haciendo temblar el planeta, desde Túnez, Myanmar, Kirguistán, India y Líbano, pasando por Bielorrusia, Francia e Italia, hasta Chile y toda América Latina.

La caldera

La erosión de las instituciones de la democracia imperialista, espejo de los sectores burgueses y pequeñoburgueses, de las semicolonias y de los ex estados obreros, que hacen suyo el programa de la asimilación bajo el ropaje de las promesas de la democracia burguesa, es la principal preocupación para Biden y su nueva administración. Debe encarar el impeachment de Trump bajo esta óptica, lo que no es sencillo, pero más grave aún es el problema del deterioro de los poderes del Estado y la relación del aparato burocrático militar con las masas en medio de la crisis y la descomposición social prevalecientes. Por el momento, la primera medida ha sido avanzar en la agenda antiterrorista, con apoyo de los republicanos, cosa que no debe extrañarnos ya que fue Bush (h) quién iniciara esta política luego del atentado de las torres gemelas. El avance en la política represiva del Estado parece ser la salida, confirmando que las tendencias bonapartistas generadas por la dinámica inmanente del capitalismo se despliegan por sobre las personalidades de los personeros del capital. Que las primeras medidas hayan sido tomadas a través de decretos (órdenes ejecutivas), algo que llamó la atención de los más acérrimos partidarios de Biden, va en el mismo sentido. Y es que la recomposición institucional de la democracia imperialista no puede pasar por otro camino, contra las ilusiones de los llamados progresistas, la supuesta ala izquierda del PD. Como indicaba Engels en su carta a Marx del 13 de abril de 1866, “… el bonapartismo es la verdadera religión de la burguesía moderna". Y los últimos 4 años de gobierno de Trump en EEUU han servido para dejar expuesto el carácter de esa democracia imperialista manejada por una élite, que tranquilizaba a muchos porque “no iba a dejar que Trump hiciera cualquier cosa”. El bonapartismo no significa el gobierno personal, aunque puede adquirir esa forma. Tomamos aquí otra cita de Engels: “... en la monarquía bonapartista moderna, el verdadero poder gubernamental se encuentra en manos de una casta particular de oficiales y funcionarios... La autonomía de esta casta que parece mantenerse fuera, y por decirlo así, por encima de la sociedad, confiere al Estado un viso de autonomía respecto de la sociedad” (F. Engels, Contribución al problema de la vivienda). Recordemos que, en la teoría política de la ilustración que fundamenta la constitución norteamericana, el presidente cumple ese papel de monarca.

Luego de la acción contrarrevolucionaria del 6 de enero, un importante sector de la izquierda centrista a nivel internacional ha caído en el error de centrar la táctica en la necesidad de enfrentar al fascismo, al golpismo o al protofascismo encarnado en las fuerzas pro Trump: se trata de un grave error porque el máximo peligro es la forma en la cual las fuerzas de la élite política, que dirige el aparato del Estado yanqui, va a utilizar los acontecimientos para reacomodar sus estructuras en búsqueda de una ofensiva bestial contra la clase obrera y los pueblos oprimidos del planeta. Cualquier frente único antifascista o similar con sectores de la burguesía no es más que una capitulación al enemigo de clase.

El desafío de recomponer las instituciones implica asimismo encarar la polarización política y social que tiene su origen en las bases económico-sociales derrumbadas por la crisis capitalista. Para ello, el plan de estímulos de Biden incluye un aumento del salario mínimo y un bono de U$S 1.400 por persona, que aún genera debate entre el gobierno y la gran patronal, así como al interior del dividido partido demócrata (PD). Estas concesiones no se dan sólo por el impulso de los aires de una suerte de desteñido neo keynesianismo, sino que responde a una serie de luchas que viene sosteniendo la clase obrera norteamericana. Los motivos son sobrados, todos relacionados al deterioro de las condiciones de vida a partir de la crisis de 2008 y a la recesión generada por la pandemia: por condiciones de seguridad e higiene en los lugares de trabajo, por salarios, por la sindicalización en empresas y sectores no organizados. También ejercieron una influencia importante las grandes movilizaciones contra la policía y el racismo luego del asesinato de George Floyd, sobre todo en ramas industriales donde prevalecen trabajadores afroamericanos y latinos.

Los últimos meses de 2020, la influencia de las direcciones reformistas/contrarrevolucionarias de los socialistas democráticos de América (DSA) y los llamados progresistas del PD llevaron a estos movimientos detrás de la campaña electoral, atribuyéndose sus principales figuras (Sanders, Alexandria Ocasio-Cortez, Ilhan Omar) que ejercen de ala izquierda de la bancada oficialista en la cámara de representantes del congreso (cámara baja), la victoria en los estados del medio oeste revirtiendo los resultados de 2016. En términos de lucha de clases, esto llevó a la paradoja aparente de que mientras el ala derecha del partido demócrata, con Biden a la cabeza, ganaba la presidencia y los reaccionarios partidarios del trumpismo mostraban músculo en las calles, siendo su máxima expresión la toma del capitolio del 6/1, mientras los movimientos antipoliciales y de la clase obrera se volcaban a las expectativas electorales. Esto no debe verse como una foto: a principios de 2021, las cosas han cambiado y estamos presenciando nuevas e importantes huelgas, como la de los trabajadores del mercado de frutas y hortalizas de Nueva York, que a través de una huelga de poco más de una semana lograron un aumento salarial (aunque no de U$S 1 hora como reclamaban) y frenaron la intención patronal de aumentar el descuento por la prima de salud. También se vienen desarrollados procesos de organización sindical en empresas como Amazon y la autopartista alemana Borgers en Ohio, y una importante lucha contra la vuelta a clases presenciales sin medidas adecuadas de salubridad en varios estados.

Problema de dirección

Es posible que los trabajadores de base que forman parte de estos conflictos puedan considerar que la salida de Trump del gobierno plantee mejores condiciones para la lucha, pero la vanguardia no debe dejarse engañar por el DSA y demás direcciones contrarrevolucionarias que ofrecen como orientación “disputar” el gobierno demócrata desde el interior, presionando por un lado por mayores concesiones de Biden, mientras por el otro defienden un frente único contra el fascismo y la extrema derecha, poniendo énfasis en la recomposición institucional bajo un prisma pretendidamente democrático. Se trata de una trampa mortal para el proletariado y los sectores de masas empobrecidas, para la juventud, las minorías y los inmigrantes en EEUU. La vanguardia de nuestra clase debe encarar la lucha por romper la tutela de esa élite política de la democracia imperialista en putrefacción sobre el proletariado yanqui, tutela ejercida a través del PD y de la burocracia sindical de la AFL-CIO. El desafío es conquistar la independencia de clase a partir de un programa obrero de salida a la crisis y de una dirección revolucionaria que enfrente al Estado y se proponga la unidad estratégica con los pueblos oprimidos del mundo tras la bandera de la lucha antiimperialista. Será un paso decisivo en la reconstrucción de la Cuarta Internacional y su sección norteamericana. Con ese norte, proponemos a las corrientes revolucionarias que a nivel mundial defienden el programa de la dictadura del proletariado que impulsemos en común una conferencia internacional por la reconstrucción de la IV Internacional, el partido mundial de la revolución socialista.

 

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  • La democracia imperialista, una envoltura rajada

    Declaración de la TRCI

    La democracia imperialista, una envoltura rajada

     

    El asalto al Capitolio de Washington, sede el Congreso de EEUU, el miércoles 6 de enero, sacudió en lo más profundo a la elite que dirige el país capitalista más poderoso del planeta. La corrosión institucional que lleva varias décadas, pero que se aceleró a partir de la crisis de 2008, da un nuevo salto.

    Los hechos del 6 de enero fueron una acción contrarrevolucionaria, llevada a cabo por grupos paraestatales pero alentadas por la cabeza del propio estado imperialista, Trump, y con la complicidad de la policía y otras fuerzas regulares de represión. Una farsa de la “marcha sobre Roma”, que no se proponía tomar el poder en una suerte de autogolpe, sino llevar a cabo una demostración de fuerzas para marcar el terreno al establishment que dirige la democracia imperialista, empezando por la elite del propio Partido Republicano que acababa de romper con Trump al negarse a rechazar la certificación de Biden como presidente electo por mandato del colegio electoral. Es claro que, luego de perder la segunda vuelta para elegir los 2 senadores del estado de Georgia y por lo tanto el control de ambas cámaras legislativas, la acción del movimiento trumpista del miércoles 6 ha demolido lo que quedaba del PR, uno de los 2 pilares de la democracia imperialista. Ya habíamos comentado en nuestro balance de las elecciones presidenciales que la alta participación electoral dejaba en crisis también al Partido Demócrata, ya que la democracia yanqui está diseñada como un sistema de elites: la toma del Capitolio fue una acción directa, armas en mano, contra esta elite. Y fue impulsada desde el movimiento que llevó a Trump al poder en 2016, con base en sectores pequeñoburgueses y de desclasados y cuyo antecedente fue el Tea Party. Un movimiento claramente reaccionario, que se alimenta en el fracaso del imperialismo en dar una salida a las masas frente a la profundidad de su crisis histórica, que se aceleró en 2008 y se profundizó aún más en 2020 con la pandemia del COVID-19 y la entrada en una nueva recesión.

    Pero no debemos olvidar que el año pasado también entró en escena un movimiento de signo opuesto, que puso en cuestionamiento lo que nuevamente vimos el miércoles: el rol de las fuerzas de represión, en particular de la policía, como pilares del Estado imperialista. Aunque sin llegar a derrotar a estas fuerzas, cosa muy difícil sin una intervención decidida del proletariado industrial, la relación de las masas con las fuerzas represivas y de los sectores de clase con el estado, cubiertas por el tenue velo de la democracia imperialista, han quedado completamente expuestas. Las bandas trumpistas rompieron un poco más ese envoltorio de la dictadura del capital que es la democracia burguesa. Y ahora, el problema de la dirección imperialista en crisis es cómo solucionar esa cuestión, más allá de las medidas disciplinadoras que pretenderán imponer demócratas y republicanos para intentar recomponer esta idea de democracia que sirvió, no hay que olvidarlo, como la ideología por excelencia para sostener el rol dominante del imperialismo yanqui en el mundo, justificando todo tipo de intervenciones en América Latina y últimamente las invasiones de Irak, Afganistán, Libia y Siria o el impulso dado a las ofensivas reaccionarias de Israel.

    Las tareas que tiene planteadas Biden son arduas, y podemos hacer varias hipótesis de cómo puede desarrollarse la interna en ambos partidos imperialistas y el propio movimiento trumpista. Pero sin duda lo más granado del empresariado yanqui que, a través de sus cámaras patronales por ahora, son el único elemento que ha logrado disciplinar a Trump dentro de un muy limitado orden institucional, son quienes imponen la agenda. Su objetivo es redefinir la relación capital-trabajo profundizando la descarga de la crisis sobre las espaldas de la clase obrera, incluyendo la debacle sanitaria en la que está inmerso el país y las llamadas “concesiones” (entiéndase de los sindicatos a las empresas) para recuperar la tasa de ganancia a costa de las condiciones laborales y el salario obrero. Y una línea mucho más intervencionista en la política exterior, ambos elementos poniendo en el centro la relación con las fuerzas armadas y auxiliares que indicábamos más arriba.

    Debemos seguir el pulso de estos desarrollos, pero sin duda es muy importante tener en claro que caracterizar de golpe o autogolpe la acción del miércoles, o livianamente de fascismo sin más a los elementos contrarrevolucionarios que conforman el trumpismo, lleva en su seno el error fundamental de, tras un programa de defensa de la democracia, mantener al proletariado y a los sectores de masas que se expresaron en las calles contra el asesinato de Floyd y otros afroamericanos, atados a la dirección imperialista del PD. Allí cumplen un rol nefasto los Bernie Sanders y los DSA. Por el contrario, el carácter democrático de la lucha planteada es su contenido antiimperialista, lucha que debemos sostener en las semicolonias cuyos presidentes han salido prestos a apoyar a su nuevo amo Biden, salvo el caso grotesco de Bolsonaro, no por paladines de la democracia sino por obsecuencia cipaya.

    Los revolucionarios debemos luchar porque en EEUU el proletariado recupere sus sindicatos de manos de la dirección contrarrevolucionaria de los Trumka y demás burócratas. La tarea es enfrentar a su propio Estado imperialista, apoyando la lucha de liberación nacional de los trabajadores y pueblos semicoloniales en todo el mundo. Luchando también contra las consecuencias de las malas condiciones de salubridad en los lugares de trabajo en medio de la pandemia, contra los despidos, el desempleo y los recortes de salario y conquistas a partir de un programa de transición y, retomando las mejores tradiciones de la clase obrera norteamericana: las tomas de fábrica, los piquetes de autodefensa y la huelga. No se tratará de luchas meramente económicas, ya que la dinámica planteada por la situación hace necesario que, desde el minuto uno, se plantee el problema del armamento, de cómo desarmar al enemigo y del enfrentamiento al Estado burgués. Desde la TRCI luchamos denodadamente por aportar a construir un Partido Obrero Revolucionario en EEUU, que será una de las secciones pilares de la cuarta internacional reconstruida. Insistimos en la urgencia de organizar una Conferencia Internacional por la reconstrucción de la IV internacional, donde las corrientes que defendemos el programa de la dictadura del proletariado pongamos en marcha la gigantesca tarea de comenzar a saldar la crisis de dirección revolucionaria de nuestra clase.

     

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  • Norteamérica ha votado. La democracia imperialista avanza en su descomposición

    Norteamérica ha votado

    La democracia imperialista avanza en su descomposición

     

    El martes 3 de noviembre a la noche, los resultados de las elecciones presidencial de EEUU todavía eran poco claros. Sin obtener una victoria aplastante, ni ganar el estado de Florida, los demócratas ya sabían que entraban en el pantano de una elección cuestionada por Trump, que venía preparando el terreno con acusaciones de fraude en el voto por correo desde por lo menos el primer debate. Poco más de una semana después, la estrategia judicial de Trump para impugnar resultados en varios estados viene de fracaso en fracaso, pero no es a nivel legal donde debemos fijar nuestra atención. Biden tiene grandes chances de consagrarse presidente cuando se reúna el colegio electoral a principios de diciembre. Sin embargo, la idea de que ganó con fraude ha calado hondo en un enorme sector de la población y su discurso de sanar las heridas buscando la unidad luego de la polarización extrema que las elecciones reflejaron solo parcialmente no tiene por ahora ninguna perspectiva de asentarse en elementos materiales, algo que solo una salida de la crisis podría brindar.

    El sinuoso proceso de crisis política abierto la noche del 3 de noviembre sigue en curso, ya que por el momento la llamada transición está empantanada y Trump y los republicanos no renuncian a desafiar el resultado electoral. Aquí nos limitaremos a señalar algunos elementos de la situación.

     

    Trump y el trumpismo no fueron repudiados

    Lejos de todos los pronósticos, Trump obtuvo hasta el momento (el conteo continúa en varios Estados) más de 72 millones y medio de votos en la elección. Es el segundo candidato a presidente con más votos de toda la historia, sólo superado por el propio Biden, que obtuvo por ahora más de 77 millones y medio. La diferencia entre ambos es bastante mayor que la que obtuvo Hillary Clinton en relación al propio Trump en 2016, es cierto. Sin embargo, tras casi 4 años en la Casa Blanca, con una política que agitó la polarización política e ideológica, un manejo desastroso de la pandemia y una muy reciente entrada en recesión, Trump conquistó más votos que en 2016 y presenta una base electoral gigantesca que complica las pretensiones de la crema del Partido Republicano (PR o GOP) de ir a un proceso de transición más tranquilo. El trumpsimo no ha sido repudiado en las urnas; por el contrario, ha recibido el apoyo de poco menos de la mitad de la población.

     

    El voto masivo señala una crisis de la democracia imperialista

    Obviamente, si con semejante cantidad de votos Trump no conquistó la presidencia es porque Biden logró no sólo superarlo en el llamado voto popular, sino que alcanzó diferencias suficientes en los llamados Estados oscilantes (swing states). Esto significa una afluencia masiva de votantes a las urnas, la mayor desde 1908 (participó el 65,7%), considerando los votos hasta ahora contados (participación del 63,9%), pero que podría incluso superarla si se alcanza el 66,5% proyectado. (The Washington Post, 5/11) Cuando Obama fue elegido en medio de la crisis de 2008 con una participación de 61,6% ya habíamos planteado que eso, lejos de mostrar fortaleza de la democracia imperialista, representaba una crisis. Con este nuevo salto en la participación, entra en cuestión la relación de las masas con las instituciones burguesas, en su decadencia, ya que el sistema electoral norteamericano está basado en una democracia de elite. Pero ante el fracaso de esas elites, la irrupción de grandes masas que van a votar genera una contradicción que aún no han logrado solucionar. Esa irrupción en la política desdibuja el rol de las elites organizadas en los dos grandes partidos de la democracia imperialista, el Demócrata y el Republicano, que quedan ambos, luego de cosechar semejantes resultados, en una profunda crisis.

     

    Las instituciones de la república pierden sus bases históricas

    El desafío que plantea Trump al desconocer los resultados y denunciar el fraude electoral hace crujir la serie de instituciones estatales que conforman la llamada “república” norteamericana. En primer lugar, la relación de la unión federal con los estados y el rol de mediación que juega en las elecciones presidenciales el colegio electoral que elige al presidente. Luego, a nivel federal y en cada estado, el papel de la justicia burguesa y su relación con el resto de los poderes públicos. Llevamos más de una semana de un gobierno en funciones operando sobre estos mecanismos y poniéndolos bajo extrema tensión.

    Un sector de los llamados progresistas o socialistas democráticos en EEUU, del cual se hacen eco un numero importantes de variantes del centrismo trotskista, pretenden desarrollar este cuestionamiento en clave de un programa democrático radical, levantando el parlamento unicameral y el fin del colegio electoral para reemplazarlo por el voto directo del presidente. Pero las instituciones políticas son el producto de la historia y en EEUU han servido como un mecanismo estatal para atenuar las contradicciones de clase, en sus laberínticas manifestaciones, como son las tensiones entre el campo y la ciudad, entre diferentes sectores burgueses, y entre éstos y las masas obreras. Luego de la II GM, estas instituciones adquirieron una base de masas más amplia, con la extensión de las políticas del New Deal y la indiscutible hegemonía yanqui en el diseño del equilibrio de la posguerra, basado en su preponderancia en la productividad del trabajo, el fordismo, el dólar, Bretton Woods y sus instituciones como el FMI, el Banco Mundial y la ONU. Quizás estemos asistiendo al choque abierto entre estas instituciones estatales de la principal potencia imperialista, producto de procesos históricos anteriores (independencia, constitución, guerra civil, equilibrio de posguerra), con un desarrollo divergente en las bases de la sociedad y en las contradicciones que en su seno se desarrollan, azuzadas por la irreversible crisis histórica del imperialismo. Si todas estas instituciones funcionaban como un atenuador de las contradicciones sociales, esto estaba basado, como planteaban Lenin y Trotsky, en la posición especial de ciertos países imperialistas en el mercado mundial, esa “grasa” provenía de la expoliación de las colonias, las semicolonias y, más tarde, una relación de tutelaje sobre Europa y Japón. El programa de los revolucionarios no debe orientarse a renovar esas instituciones de la democracia imperialista, lo que además es una utopía desde el punto de vista material e histórico, sino desarrollar esa contradicción entre el desarrollo de la base económica en su dinámica de crisis y la inercia del andamiaje de las superestructuras políticas. Es a partir de estas contradicciones históricas que se producen las revoluciones, los golpes de Estado, las contrarrevoluciones. La tarea es preparar a la vanguardia obrera para ese tipo de desarrollo, oponiendo a las instituciones del Estado imperialista la revolución para destruirlo y la dictadura del proletariado, que plantea una nueva relación con la propiedad socializando los medios de producción.

     

    Biden no representa una salida para el imperialismo

    Claramente, el proyecto trumpista tenía como eje dar cuenta de esta crisis del equilibrio de posguerra, yendo a un cambio de la orientación imperialista para tomar la iniciativa y trastocar todo aquel andamiaje institucional. Ese proyecto quedó a mitad de camino, ya que Trump modificó varias de aquellas relaciones, pero no consiguió llevarlo hasta el final. La victoria de Biden, además de quedar totalmente cuestionada por la campaña de Trump contra la legitimidad de las elecciones y de la perspectiva de tener el senado en contra (todavía restan definir 2 bancas en Georgia), pone en la Casa Blanca a un gobierno débil también desde el punto de vista de que todas sus propuestas son, por lo menos por el momento, desandar las modificaciones que hizo Trump en 4 años, intentando volver a un statu quo que ya no existe. Ese no es un plan serio de salida a la crisis ni mucho menos. Tener claro que es necesario tener una política más firme hacia China y Rusia para avanzar en la asimilación de los ex Estados obreros no dice mucho si no se responde a la pregunta estratégica que recorre las cabezas imperialistas desde hace por lo menos tres décadas ¿Cómo hacerlo? Por lo pronto, el futuro gobierno de Biden ya ha sido etiquetado por el imperialismo yanqui como un gobierno de transición.

     

    La crisis política en EEUU desordena la política mundial

    En la coyuntura, lo tortuoso de la transición presidencial a la que le quedan por delante 2 largos meses está profundizando aún más lo que veníamos viendo desde el comienzo de la pandemia y la crisis: al estar el imperialismo yanqui enfrascado en su propia crisis interna, distintos sectores de clase y gobiernos que los representan toman posiciones en el mundo. China avanza en una postura más agresiva (mar de China, conflicto con India, Hong Kong y Taiwán), Turquía desarrolla una agenda propia desafiando a la UE (conflicto con Grecia en el Mediterráneo oriental y Chipre, apoyo a Azerbaiyán en la guerra en Nagorno Karabaj), se producen conflictos importantes intra UE. Existe incluso una preocupación de que Trump tome medidas intempestivas de política internacional en los dos meses que le quedan a su administración. Además de esto, se siguen desarrollando procesos de lucha de masas en varios países del globo, con diferentes contenidos, pero todos bajo la sombra del avance de la crisis mundial y la falta de un norte claro para las diferentes facciones burguesas y pequeñoburguesas.

     

    La contención de los movimientos de lucha es solo coyuntural

    En cuanto a los movimientos de lucha dentro de los propios EEUU, que pusieron en el tapete todas las contradicciones sociales que se acumulan desde la crisis de 2008 y su grado de profundidad, debemos tener en claro que el desvío hacia las elecciones con la bandera de “sacar a Trump” y el apoyo masivo que los progresistas y el DSA (Democratic Socialists of America) dieron a Biden no significan que estos procesos hayan sido cerrados. Si bien las direcciones de los movimientos probablemente queden cooptadas por el Estado burgués y sus instituciones, las bases históricas y sociales de los mismos siguen sin resolución y podemos prever que explotarán con mayor virulencia, ahora contra un Estado encabezado por los demócratas, cuyo partido ya se vislumbra dividido entre el ala conservadora de la elite política que lo dirige y los sectores que están bajo la presión de los movimientos, como muestra el debate iniciado el día siguiente a la elección sobre la pérdida de sillas en la cámara de representantes (los demócratas mantienen su mayoría, pero con menor margen).

     

    La clase obrera sigue actuando diluida

    Dos puntos a tener en cuenta en la elección son el apoyo abierto de la burocracia sindical de la AFL-CIO a los demócratas (no es ninguna novedad), pero también de algunos sindicatos que han protagonizado importantes luchas en los últimos años y, por otro lado, tomar nota de que Trump perdió la elección al recuperar los demócratas sus bastiones en las históricas regiones industriales del llamado cinturón de óxido (específicamente los estados de Michigan, Wisconsin y Pennsylvania). Esto último no quiere decir, ni mucho menos, que haya existido una vuelta de campana en las preferencias de los trabajadores industriales de esas zonas. Como siempre, la intervención de la clase obrera en las elecciones burguesas es una intervención de por sí atomizada y diluida, y más cuando no existen candidaturas de ningún partido con un programa de independencia de clase. Más bien, la opción era seguir al bonapartismo de Trump que intenta una “conexión” directa y en términos ya culturales (porque poco quedó del discurso de recuperar las fábricas de la campaña de 2016) o a la conciliación de clase que significa la vieja alianza que une a la burocracia sindical con los burgueses imperialistas del Partido Demócrata. Pero, además, la clase obrera no tuvo un papel como tal tampoco en los procesos de lucha, aunque sí pudimos apreciar la intervención de algunos sindicatos en las movilizaciones por problema racial y contra la policía, experiencias de vanguardia que debemos propagandizar y desarrollar como parte de la elaboración programática de nuestra clase, tomando consignas como echar a la policía de los sindicatos o no transportar represores en los buses. Sin duda, las tareas de autodefensa para enfrentar a las fuerzas represivas e incluso a las fuerzas armadas a través del armamento de la clase obrera es hoy un debate central para todo obrero consciente y para todo revolucionario.

     

    Es urgente una dirección revolucionaria internacional

    Para que la clase obrera y su núcleo proletario industrial puedan intervenir en la situación, no alcanza con agitar la independencia de clase. Es necesario desarrollar, en base a la experiencia que está ganando un sector de vanguardia en la crisis en curso y los enfrentamientos abiertos, la elaboración de un programa de transición donde el proletariado se postule, a través de su control de la economía y su papel en la administración de las cosas, para dar una salida a la crisis capitalista enfrentando al aparato burocrático militar, cuyo rol no es sólo dominar a la clase obrera de un país, sino mantener la sobrevida del capitalismo en putrefacción en todo el planeta. Enfrentar al imperialismo y al Estado yanqui es una tarea colosal y solo puede plantearse en una unidad de hierro con los trabajadores de Europa y Japón, y sobre todo con los pueblos semicoloniales que luchan contra la injerencia del FMI y de los ejércitos yanquis en América Latina, Medio Oriente, Asia, en suma, en todo el globo. Se tratar de sentar las bases de un partido revolucionario en EEUU, un partido armado con la teoría de la revolución permanente, como sección de la IV Internacional reconstruida. Una vez más, insistimos en nuestro llamado a una Conferencia Internacional de las corrientes y tendencias que defendemos el programa de la dictadura del proletariado para discutir las tareas preparatorias para conquistar este objetivo. La aceleración de la crisis es extrema, nuestros desafíos son urgentes.

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