Guerra entre Armenia y Azerbaiyán por Nagorno Karabaj

Quinta, 22 Outubro 2020 17:26

 

  La disputa por el territorio de Nagorno Karabaj, o Alto Karabaj, entre Azerbaiyán y los independentistas armenios que controlan la zona ha desatado un enfrentamiento bélico que se ha llevado puestas 2 treguas desde su inicio el 27 de septiembre.
  Los actuales territorios de Armenia, Azerbaiyán y Georgia, en el Cáucaso meridional, eran parte del imperio zarista y tras la revolución de Octubre fueron incorporados a la URSS. El territorio de Nagorno Karabaj mantuvo un estatus especial dentro de la federación soviética, como territorio autónomo de mayoría armenia integrado al territorio de la República Soviética de Azerbaiyán. La descomposición de la URSS llevó a que se desatara un enfrentamiento entre Armenia y Azerbaiyán a partir de 1988, y tras la caída de la misma, comenzó una sangrienta guerra que, a partir de la intervención de Rusia y el imperialismo, llegaría a un alto el fuego precario en 1994. Azerbaiyán es una potencia petrolera y de la extracción del gas, ligada a Turquía por el idioma y la historia. Armenia es un pequeño país montañoso de un poco más de 3 millones de habitantes, cuya industrialización avanzó con su integración a la URSS y luego retrocedió abruptamente con su caída, y recibe cuantiosas remesas de la llamada diáspora, unos 10 millones de armenios que viven fuera de esta república, luego de ser expulsados de Anatolia oriental por el imperio Otomano durante la 1º Guerra Mundial, a través del genocidio de más de un millón de personas.

Las bases sociales del desorden

  Lo que caracteriza el actual período histórico es, por un lado, un tortuoso proceso de asimilación de los ex-Estados obreros al sistema capitalista y, por el otro, el avance de la descomposición imperialista que a la vez determina las dificultades para completar esa asimilación. En la coyuntura, esto se ve exacerbado por la desorientación del imperialismo yanqui, que no ha tenido ninguna política coherente en la región y está más bien sumido en su propia crisis económica y social interna y en la disputa electoral. Por su parte, la UE, que era la estructura supra estatal que supuestamente estaba destinada a organizar la asimilación de los ex Estados obreros de Europa oriental, está, en cambio, sumida en la negociación de la salida de uno de sus principales socios con el Brexit. Y ha quedado paralizada en su política para su frontera sur-oriental, por posturas divididas en cuanto a su relación con Turquía, cuya burguesía definió dejar de pelear por el ingreso al bloque europeo (lo que llevó a un intento de golpe de Estado en 2016). Esta división queda expuesta por las diversas posiciones en relación al avance turco en las prospecciones hidrocarburíferas en el Mediterráneo oriental, su política en Chipre, sus intervenciones en Libia y Siria y finalmente su posición de abierto apoyo al gobierno Azerí en la actual guerra en Alto Karabaj. Mientras el francés Macron pretende encabezar una política de mayor enfrentamiento al gobierno turco de Erdogán, con el apoyo del gobierno derechista griego, Merkel y el gobierno alemán prefieren una política de apaciguamiento. Sin embargo, es necesario decir que los obstáculos para la asimilación de los ex Estados soviéticos no están dados por una falencia en la política exterior, sino por el desgarramiento del proyecto imperialista europeo en sus bases materiales capitalistas, sobre todo a partir del estallido de la crisis de 2008. Actualmente, podemos hablar de una nueva crisis que es continuidad de aquella, pero no lineal, exacerbada por la pandemia y por las funestas consecuencias de la destrucción de conquistas obreras de las décadas anteriores, que utilizó la burguesía imperialista europea bajo la bandera de la austeridad para intentar dar una salida burguesa.
  Frente a esta descomposición imperialista y a la errática política exterior de los Estados metropolitanos, la burguesía turca intenta diseñar su propia hoja de ruta como potencia regional, lo que podría llamarse un “imperio de opereta” con bases totalmente semicoloniales, no por ello menos brutal y asesino. A su turno, el bonapartismo de la protoburguesía rusa encabezado por Putín debe enfrentarse a las contradicciones que explotan en la periferia de su dominio estatal, como es el caso de la crisis en Bielorrusia, de la semiinsurrección en Kirguistán y de la guerra a que nos referimos en esta nota. Acá, nos parece interesante tomar la hipótesis de León Trotsky en relación a la restauración capitalista, que planteaba que la dirección contrarrevolucionaria que dirigiera los procesos de restauración, en su contradicción de no poder conformarse en clase, generaría, en su relación con las leyes tendenciales de la economía mundial, un caos capitalista. En este caso, se extiende a la periferia de la ex- URSS, donde los sectores provenientes de la burocracia estatal y la pequeña burguesía de estos países pujan por el control territorial bajo el ropaje de argumentos de derecho internacional e ideologías nacionalistas para intentar establecer nuevos Estados, sin duda semicoloniales, buscando un equilibrio entre las diferentes fuerzas internacionales circundantes (tanto Armenia como Azerbaiyán pertenecen a un sinnúmero de coaliciones internacionales de posguerra) en un período de decadencia capitalista y, por lo tanto, de decadencia de la forma estatal de dominación burguesa, el Estado-nación.

La experiencia trunca de la URSS

  Frente a la guerra actual, que ya cuenta decenas de muertos, cientos de refugiados y el bombardeo de importantes ciudades de Alto Karabaj y Azerbaiyán, algunos grupos e intelectuales proponen volver a los “valores cosmopolitas e internacionalistas” del Estado soviético como solución para conquistar la paz entre los pueblos. Las bases marxistas del programa revolucionario, que guió a los bolcheviques a tomar el poder y desarrollar la experiencia de la URSS como forma estatal de la dictadura del proletariado, niega que un programa se base en ideologías. Porque es el ser social el que determina la conciencia y no al revés. El problema de las minorías nacionales que estaban atrapadas en la entonces llamada “cárcel de los pueblos”, el imperio Zarista, fue tomado con mucha seriedad por Lenin. Estas naciones oprimidas vivían bajo condiciones de atraso en su desarrollo económico y social. El llamado de los comunistas, materializado en los Congresos de la III Internacional, era a integrarse a una Federación de Repúblicas Socialistas en una alianza revolucionaria con el proletariado ruso para superar ese atraso a través de formas socialistas de organización económica y social, comprimiendo las etapas históricas. La transición del capitalismo al socialismo bajo la dirección del proletariado a través de su dictadura, esas fueron las bases materiales que permitirían la reorganización democrática de los pueblos en el seno de la federación. Un futuro socialista plantearía nuevos problemas, pero sin dudas permitiría liquidar las luchas fratricidas sembradas por el atraso y las necesidades posteriores de territorialización de la ganancia propias del capitalismo.
  De hecho, la experiencia de la URSS permitió una convivencia entre las naciones del Cáucaso y un relativo desarrollo industrial. Sin embargo, la experiencia fue truncada por la contrarrevolución burocrática dirigida por Stalin, que estableció el dominio de esta casta sobre el proletariado y sobre las minorías nacionales de la URSS, fortaleciendo el aparato estatal en lugar de sentar las bases sociales para su extinción. El pasaje de la burocracia a las filas de la restauración capitalista abierta a principios de los noventa liberó todas las tendencias centrífugas del capital, llevando a guerras como la de los Balcanes y este proceso continuará desarrollándose por un período determinado de tiempo, cuya duración no podemos definir a priori,  al no poder encontrar una salida capitalista estable dada la descomposición imperialista. Y tampoco una salida progresiva, dada la crisis de dirección revolucionaria. Esta condicionalidad estará determinada, a su vez, no por “valores e ideales” al gusto de los nostálgicos, sino por la lucha de clases, por el choque entre las fuerzas proletarias de la revolución mundial y de la contrarrevolución burguesa. “Definir al régimen soviético como transicional o intermedio es descartar las categorías sociales acabadas como capitalismo (incluyendo al "capitalismo de Estado"), y socialismo. Pero esta definición es en sí misma insuficiente y susceptible de sugerir la idea errónea de que desde el régimen soviético actual solo es posible una transición al socialismo. En realidad, un retroceso hacia el capitalismo es totalmente posible. [...] Naturalmente, los doctrinarios no quedarán satisfechos con una definición tan hipotética. Quisieran fórmulas categóricas: sí y sí, no y no. Los fenómenos sociológicos serían mucho más simples si los fenómenos sociales tuviesen siempre contornos precisos. Pero nada es más peligroso que desechar, en nombre de la integridad lógica, los elementos de la realidad que hoy contrarían nuestros esquemas, y que mañana pueden refutarlos por completo. En nuestro análisis hemos evitado, ante todo, violentar las formaciones sociales dinámicas que no han tenido precedentes y que no tienen analogías. La tarea científica, tanto como la política, no es dar una definición acabada de un proceso inacabado, sino seguir todas sus fases, desprender sus tendencias progresivas de las reaccionarias, exponer sus relaciones recíprocas, prever posibles variantes del desarrollo ulterior, y encontrar en esta previsión un punto de apoyo para la acción.” (L. Trotsky, La Revolución Traicionada)
  Los revolucionarios nos oponemos a la guerra fratricida entre armenios y azeríes, dirigida por los sectores que pretenden la creación de pequeños Estados vasallos del imperialismo en la región. Es parte del militarismo general al que llevan las tendencias bonapartistas que recorren el mundo ante la decadencia burguesa. Peleamos por una salida obrera, a partir de un programa de expropiación de los expropiadores, la derrota de las protoburguesías que dirigen las repúblicas de la Ex Unión Soviética y por una Federación Socialista del Cáucaso. La clase obrera rusa está llamada a apoyar a los trabajadores azeríes, armenios y georgianos en esta tarea, comenzando por la paralización de las fábricas de armas y pertrechos militares y del transporte de los mismos, destinados a armar a ambos bandos para beneficio de Putín y sus acólitos. Así como llamamos a los trabajadores de Turquía, los países europeos y Estados Unidos a acciones obreras contra la intervención de sus Estados burgueses en la región, que como quedó demostrado en Kosovo, sólo sirve para aumentar las masacres y las penurias de los trabajadores y el pueblo pobre. Nuevamente, y de manera cada vez más urgente, llamamos a impulsar una Conferencia Internacional a todas las corrientes revolucionarias que defienden la necesidad histórica de la dictadura del proletariado y luchan por la reconstrucción de la IV Internacional.

 

Publicado en www.cor-digital.org, 21/10/2020.

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