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Norteamérica ha votado

La democracia imperialista avanza en su descomposición

 

El martes 3 de noviembre a la noche, los resultados de las elecciones presidencial de EEUU todavía eran poco claros. Sin obtener una victoria aplastante, ni ganar el estado de Florida, los demócratas ya sabían que entraban en el pantano de una elección cuestionada por Trump, que venía preparando el terreno con acusaciones de fraude en el voto por correo desde por lo menos el primer debate. Poco más de una semana después, la estrategia judicial de Trump para impugnar resultados en varios estados viene de fracaso en fracaso, pero no es a nivel legal donde debemos fijar nuestra atención. Biden tiene grandes chances de consagrarse presidente cuando se reúna el colegio electoral a principios de diciembre. Sin embargo, la idea de que ganó con fraude ha calado hondo en un enorme sector de la población y su discurso de sanar las heridas buscando la unidad luego de la polarización extrema que las elecciones reflejaron solo parcialmente no tiene por ahora ninguna perspectiva de asentarse en elementos materiales, algo que solo una salida de la crisis podría brindar.

El sinuoso proceso de crisis política abierto la noche del 3 de noviembre sigue en curso, ya que por el momento la llamada transición está empantanada y Trump y los republicanos no renuncian a desafiar el resultado electoral. Aquí nos limitaremos a señalar algunos elementos de la situación.

 

Trump y el trumpismo no fueron repudiados

Lejos de todos los pronósticos, Trump obtuvo hasta el momento (el conteo continúa en varios Estados) más de 72 millones y medio de votos en la elección. Es el segundo candidato a presidente con más votos de toda la historia, sólo superado por el propio Biden, que obtuvo por ahora más de 77 millones y medio. La diferencia entre ambos es bastante mayor que la que obtuvo Hillary Clinton en relación al propio Trump en 2016, es cierto. Sin embargo, tras casi 4 años en la Casa Blanca, con una política que agitó la polarización política e ideológica, un manejo desastroso de la pandemia y una muy reciente entrada en recesión, Trump conquistó más votos que en 2016 y presenta una base electoral gigantesca que complica las pretensiones de la crema del Partido Republicano (PR o GOP) de ir a un proceso de transición más tranquilo. El trumpsimo no ha sido repudiado en las urnas; por el contrario, ha recibido el apoyo de poco menos de la mitad de la población.

 

El voto masivo señala una crisis de la democracia imperialista

Obviamente, si con semejante cantidad de votos Trump no conquistó la presidencia es porque Biden logró no sólo superarlo en el llamado voto popular, sino que alcanzó diferencias suficientes en los llamados Estados oscilantes (swing states). Esto significa una afluencia masiva de votantes a las urnas, la mayor desde 1908 (participó el 65,7%), considerando los votos hasta ahora contados (participación del 63,9%), pero que podría incluso superarla si se alcanza el 66,5% proyectado. (The Washington Post, 5/11) Cuando Obama fue elegido en medio de la crisis de 2008 con una participación de 61,6% ya habíamos planteado que eso, lejos de mostrar fortaleza de la democracia imperialista, representaba una crisis. Con este nuevo salto en la participación, entra en cuestión la relación de las masas con las instituciones burguesas, en su decadencia, ya que el sistema electoral norteamericano está basado en una democracia de elite. Pero ante el fracaso de esas elites, la irrupción de grandes masas que van a votar genera una contradicción que aún no han logrado solucionar. Esa irrupción en la política desdibuja el rol de las elites organizadas en los dos grandes partidos de la democracia imperialista, el Demócrata y el Republicano, que quedan ambos, luego de cosechar semejantes resultados, en una profunda crisis.

 

Las instituciones de la república pierden sus bases históricas

El desafío que plantea Trump al desconocer los resultados y denunciar el fraude electoral hace crujir la serie de instituciones estatales que conforman la llamada “república” norteamericana. En primer lugar, la relación de la unión federal con los estados y el rol de mediación que juega en las elecciones presidenciales el colegio electoral que elige al presidente. Luego, a nivel federal y en cada estado, el papel de la justicia burguesa y su relación con el resto de los poderes públicos. Llevamos más de una semana de un gobierno en funciones operando sobre estos mecanismos y poniéndolos bajo extrema tensión.

Un sector de los llamados progresistas o socialistas democráticos en EEUU, del cual se hacen eco un numero importantes de variantes del centrismo trotskista, pretenden desarrollar este cuestionamiento en clave de un programa democrático radical, levantando el parlamento unicameral y el fin del colegio electoral para reemplazarlo por el voto directo del presidente. Pero las instituciones políticas son el producto de la historia y en EEUU han servido como un mecanismo estatal para atenuar las contradicciones de clase, en sus laberínticas manifestaciones, como son las tensiones entre el campo y la ciudad, entre diferentes sectores burgueses, y entre éstos y las masas obreras. Luego de la II GM, estas instituciones adquirieron una base de masas más amplia, con la extensión de las políticas del New Deal y la indiscutible hegemonía yanqui en el diseño del equilibrio de la posguerra, basado en su preponderancia en la productividad del trabajo, el fordismo, el dólar, Bretton Woods y sus instituciones como el FMI, el Banco Mundial y la ONU. Quizás estemos asistiendo al choque abierto entre estas instituciones estatales de la principal potencia imperialista, producto de procesos históricos anteriores (independencia, constitución, guerra civil, equilibrio de posguerra), con un desarrollo divergente en las bases de la sociedad y en las contradicciones que en su seno se desarrollan, azuzadas por la irreversible crisis histórica del imperialismo. Si todas estas instituciones funcionaban como un atenuador de las contradicciones sociales, esto estaba basado, como planteaban Lenin y Trotsky, en la posición especial de ciertos países imperialistas en el mercado mundial, esa “grasa” provenía de la expoliación de las colonias, las semicolonias y, más tarde, una relación de tutelaje sobre Europa y Japón. El programa de los revolucionarios no debe orientarse a renovar esas instituciones de la democracia imperialista, lo que además es una utopía desde el punto de vista material e histórico, sino desarrollar esa contradicción entre el desarrollo de la base económica en su dinámica de crisis y la inercia del andamiaje de las superestructuras políticas. Es a partir de estas contradicciones históricas que se producen las revoluciones, los golpes de Estado, las contrarrevoluciones. La tarea es preparar a la vanguardia obrera para ese tipo de desarrollo, oponiendo a las instituciones del Estado imperialista la revolución para destruirlo y la dictadura del proletariado, que plantea una nueva relación con la propiedad socializando los medios de producción.

 

Biden no representa una salida para el imperialismo

Claramente, el proyecto trumpista tenía como eje dar cuenta de esta crisis del equilibrio de posguerra, yendo a un cambio de la orientación imperialista para tomar la iniciativa y trastocar todo aquel andamiaje institucional. Ese proyecto quedó a mitad de camino, ya que Trump modificó varias de aquellas relaciones, pero no consiguió llevarlo hasta el final. La victoria de Biden, además de quedar totalmente cuestionada por la campaña de Trump contra la legitimidad de las elecciones y de la perspectiva de tener el senado en contra (todavía restan definir 2 bancas en Georgia), pone en la Casa Blanca a un gobierno débil también desde el punto de vista de que todas sus propuestas son, por lo menos por el momento, desandar las modificaciones que hizo Trump en 4 años, intentando volver a un statu quo que ya no existe. Ese no es un plan serio de salida a la crisis ni mucho menos. Tener claro que es necesario tener una política más firme hacia China y Rusia para avanzar en la asimilación de los ex Estados obreros no dice mucho si no se responde a la pregunta estratégica que recorre las cabezas imperialistas desde hace por lo menos tres décadas ¿Cómo hacerlo? Por lo pronto, el futuro gobierno de Biden ya ha sido etiquetado por el imperialismo yanqui como un gobierno de transición.

 

La crisis política en EEUU desordena la política mundial

En la coyuntura, lo tortuoso de la transición presidencial a la que le quedan por delante 2 largos meses está profundizando aún más lo que veníamos viendo desde el comienzo de la pandemia y la crisis: al estar el imperialismo yanqui enfrascado en su propia crisis interna, distintos sectores de clase y gobiernos que los representan toman posiciones en el mundo. China avanza en una postura más agresiva (mar de China, conflicto con India, Hong Kong y Taiwán), Turquía desarrolla una agenda propia desafiando a la UE (conflicto con Grecia en el Mediterráneo oriental y Chipre, apoyo a Azerbaiyán en la guerra en Nagorno Karabaj), se producen conflictos importantes intra UE. Existe incluso una preocupación de que Trump tome medidas intempestivas de política internacional en los dos meses que le quedan a su administración. Además de esto, se siguen desarrollando procesos de lucha de masas en varios países del globo, con diferentes contenidos, pero todos bajo la sombra del avance de la crisis mundial y la falta de un norte claro para las diferentes facciones burguesas y pequeñoburguesas.

 

La contención de los movimientos de lucha es solo coyuntural

En cuanto a los movimientos de lucha dentro de los propios EEUU, que pusieron en el tapete todas las contradicciones sociales que se acumulan desde la crisis de 2008 y su grado de profundidad, debemos tener en claro que el desvío hacia las elecciones con la bandera de “sacar a Trump” y el apoyo masivo que los progresistas y el DSA (Democratic Socialists of America) dieron a Biden no significan que estos procesos hayan sido cerrados. Si bien las direcciones de los movimientos probablemente queden cooptadas por el Estado burgués y sus instituciones, las bases históricas y sociales de los mismos siguen sin resolución y podemos prever que explotarán con mayor virulencia, ahora contra un Estado encabezado por los demócratas, cuyo partido ya se vislumbra dividido entre el ala conservadora de la elite política que lo dirige y los sectores que están bajo la presión de los movimientos, como muestra el debate iniciado el día siguiente a la elección sobre la pérdida de sillas en la cámara de representantes (los demócratas mantienen su mayoría, pero con menor margen).

 

La clase obrera sigue actuando diluida

Dos puntos a tener en cuenta en la elección son el apoyo abierto de la burocracia sindical de la AFL-CIO a los demócratas (no es ninguna novedad), pero también de algunos sindicatos que han protagonizado importantes luchas en los últimos años y, por otro lado, tomar nota de que Trump perdió la elección al recuperar los demócratas sus bastiones en las históricas regiones industriales del llamado cinturón de óxido (específicamente los estados de Michigan, Wisconsin y Pennsylvania). Esto último no quiere decir, ni mucho menos, que haya existido una vuelta de campana en las preferencias de los trabajadores industriales de esas zonas. Como siempre, la intervención de la clase obrera en las elecciones burguesas es una intervención de por sí atomizada y diluida, y más cuando no existen candidaturas de ningún partido con un programa de independencia de clase. Más bien, la opción era seguir al bonapartismo de Trump que intenta una “conexión” directa y en términos ya culturales (porque poco quedó del discurso de recuperar las fábricas de la campaña de 2016) o a la conciliación de clase que significa la vieja alianza que une a la burocracia sindical con los burgueses imperialistas del Partido Demócrata. Pero, además, la clase obrera no tuvo un papel como tal tampoco en los procesos de lucha, aunque sí pudimos apreciar la intervención de algunos sindicatos en las movilizaciones por problema racial y contra la policía, experiencias de vanguardia que debemos propagandizar y desarrollar como parte de la elaboración programática de nuestra clase, tomando consignas como echar a la policía de los sindicatos o no transportar represores en los buses. Sin duda, las tareas de autodefensa para enfrentar a las fuerzas represivas e incluso a las fuerzas armadas a través del armamento de la clase obrera es hoy un debate central para todo obrero consciente y para todo revolucionario.

 

Es urgente una dirección revolucionaria internacional

Para que la clase obrera y su núcleo proletario industrial puedan intervenir en la situación, no alcanza con agitar la independencia de clase. Es necesario desarrollar, en base a la experiencia que está ganando un sector de vanguardia en la crisis en curso y los enfrentamientos abiertos, la elaboración de un programa de transición donde el proletariado se postule, a través de su control de la economía y su papel en la administración de las cosas, para dar una salida a la crisis capitalista enfrentando al aparato burocrático militar, cuyo rol no es sólo dominar a la clase obrera de un país, sino mantener la sobrevida del capitalismo en putrefacción en todo el planeta. Enfrentar al imperialismo y al Estado yanqui es una tarea colosal y solo puede plantearse en una unidad de hierro con los trabajadores de Europa y Japón, y sobre todo con los pueblos semicoloniales que luchan contra la injerencia del FMI y de los ejércitos yanquis en América Latina, Medio Oriente, Asia, en suma, en todo el globo. Se tratar de sentar las bases de un partido revolucionario en EEUU, un partido armado con la teoría de la revolución permanente, como sección de la IV Internacional reconstruida. Una vez más, insistimos en nuestro llamado a una Conferencia Internacional de las corrientes y tendencias que defendemos el programa de la dictadura del proletariado para discutir las tareas preparatorias para conquistar este objetivo. La aceleración de la crisis es extrema, nuestros desafíos son urgentes.

 COR Chile - LOI Brasil - COR Argentina

Publicado en TRCI