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Se cumplen 48 años del sangriento golpe contrarrevolucionario, planificado y orquestado desde el corazón mismo del imperialismo norteamericano, que se dio a la tarea de eliminar a una generación de luchadores, activistas y militantes revolucionarios, aniquilando a su paso todo vestigio de organización obrera.

Este proceso contrarrevolucionario fue acompañado del “plan Cóndor”, una confabulación de las burguesías latinoamericanas que, apoyados en las fuerzas armadas y la asistencia técnica y financiera del imperialismo, vieron en los procesos de lucha y organización de la clase trabajadora y la juventud un peligroso fermento revolucionario que hacia remecer la dominación del capitalismo imperialista.

Las burguesías locales tuvieron una activa participación, como la familia Matte de CMPC, aportando con vehículos, armas y predios para la tortura, asesinato y desaparición de activistas y dirigentes sindicales de sus plantas y de la zona (como lo atestigua la Masacre de la Laja de 1973). El aparato represivo, político y judicial, tapó los muertos y desaparecidos en la impunidad.

La vuelta a la “democracia” no significó otra cosa que la continuidad de la dictadura del capital bajo formas amañadas, maquilladas, edulcoradas del aparato burocrático militar que resguarda la propiedad privada de los medios de producción, la penetración del capital financiero en todos los órdenes de la vida social y económica, así como el control de los recursos naturales y productivos.

Luego de 30 años de democracia burguesa y con varias batallas obreras y estudiantiles mediante, vivimos la semiinsurrección espontánea del 18 de Octubre del 2019. Un levantamiento de las fuerzas elementales de la sociedad, que se enfrentan directamente contra todas las instituciones de la democracia para ricos. Y este proceso tiene un punto culmine el 12 de Noviembre, donde de forma espontánea, dado su bajo nivel de conciencia y organización, interviene la clase trabajadora con una paralización caótica y a la vez contundente, que coloca al gobierno de Piñera al borde de su derrocamiento. Presurosas todas las fuerzas de la democracia para ricos, desde la UDI hasta el FA salen a salvar al gobierno y el ejercicio de la dictadura del capital, con el infame “acuerdo por la paz”. En definitiva es su pasaporte de existencia, el sostenimiento de una farsa de charlatanería y represión.

Así llega un verdadero vendaval de elecciones, debidamente regimentadas, para tratar de “regenerar” lo que le llaman un “pacto social”. Esto no sería otra cosa que el intento de consolidación permanente de la conciliación de clases, de la conciliación entre explotados y explotadores en la sociedad capitalista, dándole espacio en la superestructura política a nuevos personeros provenientes de las capas intermedias de la pequeñoburguesía. Ante la evidente brutalidad de un sistema de explotación en descomposición, la burguesía sabe que no puede dominar de forma directa y debe recurrir a estos sectores para consolidar las formas “bonapartistas” de gobierno. Una característica estructural de los países semicoloniales subyugados al imperialismo, ora apoyados en el aparato militar para ejercer su dominio de forma despótica, ora apoyada en sectores de masas para tratar de regatear migajas con el amo imperialista.

La Convención Constitucional (CC) se forjó en los programas levantados por las generaciones previas, centralmente estudiantiles, que apuntaron a la constitución del 80 el súmmum de todos los problemas. Enarbolaron la bandera de reformas democráticas dejando de lado que dicha constitución no fue más que la escrituración de una relación de fuerzas impuesta nada más y nada menos que por un golpe contrarrevolucionario, por la derrota de la clase obrera  y la masacre de toda una generación militante.

Por medio de sus conflictos internos la CC avanza paso a paso en la consolidación del mismo aparato de Estado que pretende reformar. Se disciplina a las normas establecidas por el “acuerdo 15N”, se estructura como un congreso paralelo (con cargos, asesores, viáticos, etc), recurre al policías, tiras y fiscales (el aparato de Estado) para liquidar a díscolos, aupa en su seno a militantes pinochetistas y genocidas como Arancibia, en un elegante gesto de convivencia democrática.

La existencia de la CC no sólo constituye un desvío de las perspectivas abiertas el 18-O sino que, es verdad, una importante experiencia de amplios sectores de masas con una democracia burguesa “ampliada”. En la época de crisis, guerras y revoluciones, en la fase imperialista donde el capitalismo avanza a su descomposición, no hay cabida para el surgimiento de nuevos Estados, ni para la regeneración de los mismos. La revolución rusa (posteriormente traicionada, deformada y degenerada por la burocracia estalinista) inició la era de la revolución proletaria. Existen y pueden existir etapas en todos los procesos de masas, pero no hay etapas intermedias necesarias a las que recurrir para evadir las tareas revolucionarias de nuestra época.

La intervención de los Estados en la pandemia, junto a la crisis económica, constituyó un ensayo general reaccionario donde la clase dominante “corrió el cerco”, aumentando considerablemente  sus ganancias, intensificando los ritmos de trabajo, los niveles de precarización, desocupación, pobreza, etc. Descargó con creces los efectos de la descomposición del capitalismo.

Es tarea de una nueva generación retomar las banderas de lucha por el socialismo desde una perspectiva revolucionaria.

Ayer, la confianza en el aparato del Estado, llevó a una cruenta derrota al tratar de llegar al socialismo por la vía “pacífica”, por la vía de la reforma y posicionamiento gradual en el aparato de Estado. Las nuevas generaciones surgidas al calor de la lucha del 18-0 aún no han llegado ni a plantearse la perspectiva de la revolución socialista. Un subproducto genuino de importantes derrotas y traiciones, pero fundamentalmente de la crisis de dirección revolucionaria de la clase trabajadora.

Es preciso buscar fortalecer una perspectiva de poder obrero, que significa militar en las filas de nuestra clase. Si algo de particular tiene el “modelo chileno” es el de haber conquistado para la burguesía un alto grado de fragmentación y atomización de las organizaciones obreras, de los sindicatos. Si bien la historia de un país está plagada de particularidades que resurgirán en cada manifestación de la lucha de clases, estas son expresión del desarrollo de las leyes generales del capitalismo de carácter mundial, el cual avanza velozmente en su descomposición, como lo atestiguan los procesos de masas y crisis interestatales que recorren el planeta. En la mecánica de estas leyes es donde debe basarse el programa revolucionario, del cual es parte el programa de transición para llevar a la clase obrera hacia el poder.

Luchar por recuperar lo perdido, enfrentar los ataques burgueses, levantar y recuperar los sindicatos en manos de la burocracia, liberar a los presos políticos, impulsar el control obrero de los medios de producción, es parte de estas pequeñas grandes tareas.

La venganza histórica de nuestra clase, internacional por esencia, no se encontrará en intentar buscar rellenar los “vacíos” del poder formal de la democracia para ricos, sino en los esfuerzos por impulsar la conciencia y organización de la clase trabajadora, y reconstruir su dirección histórica, la IV Internacional, el partido mundial de la revolución socialista.

Publicado en COR - Chile